Entrevista a Jesús Ferrero

“Las experiencias del deseo. Eros y misos” es el último premio Anagrama de ensayo de un novelista, Jesús Ferrero, que nos ha habituado a bucear en el juego de la reflexión en obras como “Ángeles del abismo”, “Las trece rosas” o “El efecto Doppler”. El deseo en ausencia de códigos hasta que se crea esa geografía física y emocional, como motor de la realidad frente a esa gramática de lo prohibido o sus contrincantes, las energías generadas por misos dan al lector la ocasión de descubrir “momentos plenamente líricos, que no persiguen la belleza, sino la penetración de la verdad transustancializando las palabras”.

Para quienes piensan que el ensayo es el género del sopor cabe decir que éste está lleno de fragmentos muy vívidos como ese poema de Oroza sobre esa angustia de salir a la calle o el de Baudelaire del tedio… ¿Le ha exigido una especial depuración insertar todas esas referencias?

No, porque en los momentos de verdadera creación todo empieza a conectar y te vienen cosas que habías leído que puedes encajar perfectamente. No hay ningún fragmento meramente ilustrativo, pues todo completa el texto y lo ilumina. Escogí ese trozo de Oroza, porque en ningún texto literario había visto expresada tan bien esa locura de la claustrofobia y la agorafobia dándose exactamente al mismo tiempo.

¿Este libro nace de esa insatisfacción perpetua que provocaría el deseo?

No, el ensayo surge como un intento de ordenar las pasiones. Los ejes que las van configurando y ordenando empezaron a surgir en mí a través de un ejercicio cartesiano. Un día me pregunté: ¿qué fuerzas aparecen en nosotros al nacer que yo no pueda poner en duda?. Entonces pensé que la primera reacción del recién nacido tendrían que ser el rechazo instintivo al nuevo medio que dista mucho de parecerse al anterior y que le quema los pulmones y la piel. El recién nacido ha sido expelido de la morada materna y arrojado a una hoguera. No le rodea su familia, que tardará en reconocer, le rodea la negrura integral del universo. Pero en esa negrura del cuerpo veía desplegarse cuatro fuerzas: el apego a uno mismo, que surgiría a la vez que la respiración, y el rechazo a uno mismo, pues el nuevo viviente tienen que sentir forzosamente rechazo a lo que ya es, al cuerpo que ya es, limitado por la piel. Ya tenemos ahí el apego y el rechazo a uno mismo en su primera manifestación. A la vez el nuevo viviente se siente atraído por el otro y lo otro: por la madre, que ya es otro organismo separado de él, y hasta por el aire que respira. Atracción que convivirá desde el origen con la repulsión al otro, al mundo que rodea al nuevo viviente, y contra el que esgrimirá la violencia del llanto.. De ese amor y ese odio fundamentales irían surgiendo todas las pasiones y todas las experiencias del deseo.

¿Le ha costado mucho desprenderse de toda esa carga moral y esas adherencias ideológicas y culturales que impiden la búsqueda a oscuras de la que hablaba San Juan de la Cruz?

La desnudez reflexiva de San Juan de la Cruz sería la desnudez ideal para cualquiera que quisiera pensar. Probablemente no me he desprendido de todas esas adherencias, porque es imposible, pero me parecía necesario dirigir una mirada no culpable sobre las pasiones. Estoy absolutamente asqueado de todas las culpas que se están proyectando sobre nuestra cultura como si fuese la más atroz de la tierra, cuando probablemente es la más benigna.

Habla de la objetividad que exige el dolor en el sadismo, de la violencia excesiva como creación cultural, de la administración social del terror…

La reflexión más constante atañe a la administración de la violencia. En algún momento se llega a la conclusión de que la cultura es una forma de administrar la violencia y de que la especie humana la utiliza de forma más excesiva que los animales para diferenciarse de ellos, y hasta para crear su propia identidad, nos moleste o no.

Concluye en la aceptación del hombre en todo su poliedro, en todas sus pasiones positivas y negativas, para alcanzar el amor universal a través del conocimiento de nuestra atrocidad como especie y de los poderes de misos.

Exactamente. Sólo se podría llegar a una nueva conciencia de la especie desde la no ignorancia de nuestra propia materia, por más que algunos asuntos nos cueste mucho reconocerlos. Cuando ocurre algún hecho trágico y salvaje en nuestra sociedad, siempre el periodista de turno dice “ése no es un ser humano, es una bestia surgida de la miasma”. Cuando emerge lo más oscuro de nuestro ser intentamos proyectarlo en el mundo animal como si eso no nos perteneciera, cayendo en una continua ignorancia de nuestro propio ser.

Eso da al libro una cierta concepción circular  en la que se va matizando la idea de que  los abismos de eros y misos podrían ser más trasparentes de lo que creemos…

Sí y porque además todo en la especie humana se acaba sabiendo, hasta los hechos más despreciables e impensables. Hemos de examinar las tinieblas del hombre para poder ver su grandeza de otra manera, más contradictoria, cierto, pero también más plena, evitando proyectar una mirada culpable sobre el hombre y todas sus manifestaciones, evitando el miedo a mirarnos a nosotros mismos.

Sería ese miedo a lo que ya sabemos…

Ahí se abre una de las claves del libro.  No tememos lo desconocido, como creía Canetti, tememos lo conocido, lo ya desvelado por la historia! ¡Es a eso a lo que tenemos miedo!

Dibuja figuras como las de esos seres sufrientes que ejercen su masoquismo en sociedad aceptando trabajos infames o del egoísmo como motor de la sociedad, ¡para que digan que los ensayos hablan de intangibles!…

El sadismo y del masoquismo, bien regulados por la sociedad,  son las puertas al sistema mismo de la cultura que nos enseña a mortificarnos con placer desde pequeñitos. Era necesario mirar esas dos pasiones desde una perspectiva más realista y fijándose en sus funciones operativas, haciéndolas mucho más comprensibles y visibles en todos, no sólo en el marqués de Sade y esos seres terribles que nos recuerda la historia, famosos por su crueldad.

No obstante, hay también momentos cómicos como cuando habla de las tres hermanas bobas o de esa conquista del derecho social al ridículo en la comedia humana, que no sé si la refiere a su círculo profesional…

No hablaba exclusivamente del mundo literario que puede ser un mundo bastante ilustrativo, donde podrías encontrar muchos ejemplos de idiotez y vanidad todos los días, además bastante patéticos. Me refería al mundo en general y por eso está  la figura de Trymalción como piedra de toque. No quería acercarme de forma dramática a las pasiones derivadas del amor a uno mismo, que ni de lejos las peores.

¿Tiene algún desgarrón en su relato social, en su máscara?

Muchos, porque desde que empecé a publicar soy una persona más o menos pública dentro de que mi fama, muy discreta, me permite vivir con entera comodidad. Pero  desde que empecé a publicar, salgo en los periódicos y estoy acostumbrado a que mi fantasma social circule por ahí, a sabiendas de que no tiene nada que ver conmigo y a la vez me representa, con plena conciencia de que los desgarrones en esa máscara social no lo son en mi ser, sino más bien en mi careta de carnaval. Nietzsche decía que en torno a nosotros va creciendo una máscara, producto de las interpretaciones superficiales que los demás hacen de nuestros pasos por la vida, y que es bueno que esa máscara exista, porque en realidad nos protege. Pero nos protege si somos consciente de que es sólo una máscara social; ahora bien, si tú te identificas totalmente con ella cada zarpazo lo vas a sentir de verdad.

¿Y es cuando uno se convierte en lo que define como “particular”, un idiota?

Para llegar a la idiotez no hace falta que te desgarren mucho la máscara social, porque a los idiotas se les perdona todo. Tenemos varias estrellas de la televisión que son la representación misma de la idiotez y la gente no arremete contra ellos, en todo caso se agreden a sí mismos con su propia idiotez. No quise censurar la figura del idiota, pues parto del hecho de que todos pasamos por épocas de verdadera idiotez, entendida como la presunción de singularidad.. La idiotez es perdonable, forma parte del teatro social, puede resultar muy irritante, pero no es una pasión peligrosa.

Habla mucho de sus experiencias ¿pensado quizá para sus seguidores?

Los lectores de mis novelas saben que cargo la suerte en los momentos más reflexivos del relato y están acostumbrados a que el narrador reflexione, tanto en primera persona como en tercera, y a que emerjan pensamientos muy parecidos a los de este ensayo, sólo que dentro de una acción determinada, más instrumentalizados. El ensayo se ampara en una reflexión sobre el origen de las sensaciones y el narrador nunca se despega del momento mismo del nacimiento al que vuelve una y otra vez como la piedra de toque fundamental del libro. Está enhebrado en torno a eso y a ejemplos literarios que pueden iluminar lo que estoy diciendo, porque parece que lo estuviesen interpretando desde dentro y por último, experiencias personales que van alumbrando, ya de forma individual, cada capítulo. Desde Descartes sólo se puede hacer filosofía desde el yo con todas sus limitaciones y en el capítulo dedicado al amor al saber se dice que uno no solamente aprende de sus maestros y de los libros, no sólo de los muertos, sino que también aprende de sus experiencias, de los vivos.

Aparte de cómo ensayo filosófico podría entenderse casi como un libro de autoayuda, para autoindagarse capítulo a capítulo…

En ningún momento pretende serlo. Un ensayo debiera tener la humildad de no perseguir la plenitud, porque sería traicionar al mismo género. Es decir, yo no agoto el tema, pero intento explorarlo con todos los riesgos que implica buscando la clarificación, porque sino no sé para qué iba a escribirlo. Digamos simplemente que he querido ayudarme a mí mismo y que invito al lector hacerse algunas preguntas que podrían ser muy saludables para su alma y su cuerpo.

¿Cierra con este volumen la reflexión sobre la pasión?

Sobre la pasión seguramente sí, pero no sobre otros aspectos de la vida humana. Tengo reflexiones bastante desarrolladas sobre el hombre y la conciencia de la especie que es un tema que me interesa muchísimo, y también algunos ensayos críticos de algunos autores de los que he hablado mucho, pero de los que nunca me he puesto a escribir con tranquilidad: Henry James, Conrad….Tenía claro que no iba a escribir ensayos hasta los 55 años y tengo 56, porque creo que hay que tener más perspectiva y madurez que para escribir novelas.

¿Las críticas al recibir un premio como el Anagrama satisfacen o la plenitud está en escribir universos como los de Belver Yin, redondos?

Hice la primera versión hace unos cinco años y  la he ido trabajando sobre todo los veranos, en momentos de máximo placer, pero también de inquietud profunda, porque no sabía si estaba encajando las piezas bien o no. No te creas que los editores se ponen muy contentos cuando les presentas un ensayo o un poemario. Luego pueden cambiar de idea –casi nunca lo hacen-, pero no es lo que más les eleva el ánimo, y un premio te da una publicidad añadida que un ensayo necesita. Probablemente éste es uno de los premios que más ilusión me ha hecho desde que empecé a escribir.

¿Viendo las reseñas publicadas con motivo del premio cree que se ha entendido?

Misteriosamente los textos que he leído transmiten bastante bien, dentro de lo que es el periodismo y las prisas, la idea del libro. Y también he observado que es una información que interesa a la gente, es decir, no me quejo.

¿En este banquete que es el libro aparecerá el crítico resentido profundo?

Aparecerá sin la menor duda, ¡ya lo has adivinado y yo también!

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