Cómo librarse del mito de Kosovo: entrevista con un cuarteto de escritores serbios

 Alicia González

A la entrada de la casa de Blasco Gabric en las afueras de Subotica luce un ajado cartel que refleja los trajes regionales de las seis exrepúblicas yugoslavas en los tiempos del “esplendor”. Es lo único que queda de la cohesión puesta en marcha por Tito manu militari para unificar como poco cuatro etnias, tres religiones, dos alfabetos y tres lenguas oficiales. Las montañas de Jajce que le sirvieran de refugio durante la clandestinidad partisana pertenecen desde el final de la guerra de los Balcanes a una Bosnia Herzegovina aquejada de estenosis por una administración tripartita pensada en los acuerdos de Dayton y los más altos índices de corrupción europeos, según Transparency International. De allí se van nuestras tropas tras 18 años de misión. La metáfora de esta desintegración sin descanso, es el descascarillado globo terráqueo de la Mini-Jugoland de Gabric, país inexistente en unas pocas hectáreas, pobre remedo de la original a la que echa de menos herida de Jugostalgie, junto a la frontera húngara.

El último disgusto para los nacionalistas serbios, la independencia de Kosovo que, por compararlo al ejemplo patrio sería como si Covadonga, cuna de la reconquista decidiera separarse de una futurible España fragmentada en federalismos. No obstante, los expertos del International Crisis Group comentan que, en privado, los políticos de Belgrado y Prístina se muestran dispuestos a dar esa oportunidad de diálogo entre Serbia y Kosovo. Está en juego el acceso serbio a la Unión Europea, aunque las últimas pedradas a los activistas del movimiento LGTB y la detención aún pendiente del prófugo más buscado, Ratko Mladic, para entregarlo al Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia, sigan poniendo las cosas difíciles. Mientras, España permanece impertérrita a los acontecimientos como uno de los pocos estados, junto a China, Brasil, Rusia o India, que se niega a reconocer la independencia kosovar, por las similitudes que algunos quieren buscar entre ambos escenarios. En la platea internacional, el canciller israelí, Liebermann se jacta ante Moratinos y Kouchner del desorden del patio europeo, en alusión a los conflictos en el Cáucaso, Kosovo y Chipre, para que macere un poco más el que enfrenta a árabes e israelíes en Oriente Medio antes de sentarse en la enésima mesa de negociaciones.

Quienes establecen paralelismos entre la multiculturalidad de España y Yugoslavia yerran el tiro: Las similitudes entre ambas formulaciones territoriales son sólo aparentes, porque la coexistencia de lenguas diversas y nacionalidades distintas, asumidas desde la configuración del Estado de las autonomías en nuestro país nada tiene que ver con una composición supranacional y que a lo largo de los siglos habían ido sustituyendo la dependencia de unas potencias por otras. Fusión, por tanto, contra natura de reinos cedentes de su potestad a favor de un proyecto entonces dudoso de liberación de la ocupación nazi e italiana. Las filias y las fobias de quienes se pusieron al lado de uno y otro de los bandos en contienda pueden aún visitarse en espacios como el Logor Crveni Krst de Niš, el campo de concentración de la Cruz Roja, donde seguramente en pro de la reconciliación nada indica la autoría de los desmanes que sufrieron gitanos, judíos y comunistas, a los que hay que añadir los cientos de miles de muertos en los enfrentamientos de principios de los 90 que concluyeron con la mayor operación de ayuda a los desplazados comandada por ACNUR, que atendió a 3,5 millones de civiles. Con sorna podríamos decir que afortunadamente, políticas de limpieza étnica como las de los Reyes Católicos y otros sucesores en el trono han librado a España de ese peligro separatista que cada cierto tiempo rebrota en los titulares.

Buscando las conexiones, en lo lingüístico el castellano y el serbio comparten la misma cadencia melódica y como la nuestra, la cultura serbia es la del mito trágico. En esa pulsión por el drama el último episodio ha sido el de la pérdida de Kosovo. Svetlana Velmar-Jankovic, Mihajlo Pantic y Dragan Velikić crecieron con un mito que ahora se desvanece, mientras para Srdjan Popović subsiste en Gracanica, uno de los enclaves serbios en el nuevo país. Cuatro escritores dibujan para LEER el paisaje intelectual de Serbia.

Srdjan Popović, permanece en Gracanica después de huir de su ciudad, Pristina. “Es muy difícil salir del contexto político presente: la proclamación del país de los albaneses, pero el intelectual está aquí creando la realidad, porque hay pocos campos en Kosovo, fuera de la política, donde se pueda actuar y uno de ellos es la cultura, junto al deporte y los jóvenes. Como la cultura y la historia serbias proceden de Kosovo, tenemos muchos proyectos, aunque lo triste es que muchos intelectuales y artistas abandonaron Kosovo en el 99 y muchas ciudades están vacías de serbios. En la capital, Prístina, vivían unos 50.000 antes de la guerra; ahora sólo viven 60 viejos. La única ciudad en que quedan serbios es Kosovo-Mitrovica, porque ya no quedan en Peć, Prizren ni Lipljan; al sur del río Ibar no hay serbios”. Para Popović, “una nación se concibe en los medios urbanos, y por eso es muy difícil subsistir, porque no tenemos fuerza para organizar nada en cultura o en política. Todas las instituciones del ejército, de la ONU, están en las ciudades y eso nos deja fuera de las instituciones, lo que es un problema grave”. El poeta nos comenta que un 30% de los serbios que siguen en Kosovo no están seguros de si marcharse o quedarse, “porque todo es una gran improvisación. Cuando se produjo el reconocimiento de Kosovo por otros países, la negación de Belgrado fue un gran apoyo para nosotros, una señal de que no estábamos abandonados. Ahora no tenemos ninguna confianza en los albaneses, pero todo depende de su comportamiento, pues nuestro destino está en sus manos y no vemos en sus palabras sino lo que la comunidad internacional quería oír”. Popović mantiene contactos con intelectuales albaneses, aunque cree que “se necesita tiempo, porque la situación política en Kosovo no es producto de la libre voluntad de la gente. No se trata de una democratización, sino de puestos en el Gobierno que se han otorgado como premio de guerra. Deberán pasar muchas generaciones para una convivencia, ya que la declaración de independencia ha creado una gran muralla entre Kosovo y Serbia causando un nuevo éxodo de 250.000 serbios”. En su opinión, “la mayor amenaza mayor es la indoctrinación de los jóvenes. Los intelectuales albaneses piensan que Kosovo es un país y que no ven nada malo en lo que acontece; achacan a la situación económica el que todos vivan difícilmente y piensan que un día será mejor”. Mientras tanto su escritura registra los grandes cambios históricos. “Yo viví hasta el 99 en Prístina y los albaneses me expulsaron de allí, ahora vivo en Gracanica, y todos esos acontecimientos dramáticos despertaron en mi un gran deseo de transformar toda mi experiencia en poesía. Hay muchos políticos en Kosovo que escribieron libros explicando los acontecimientos, pero aún  no ha aparecido un buen cuento que pudiera transformarse en una novela o una película. Hay muchos temas para escribir y cada uno que ha vivido o vive en Kosovo y escribe sabe que la vida y la felicidad están limitados y estamos acostumbrados a eso”. La suya es una historia de esas de “Patria o muerte” pues confiesa que “mis amigos y yo queremos quedarnos hasta el final, porque aquí están nuestro hogares y esperamos que tanto la comunidad internacional como los albaneses hagan algo por nosotros. Nosotros los serbios sentimos como una gran injusticia el Kosovo independiente, porque es el proyecto de una sola nación que aceptó todo el mundo frente a los serbios y no veo en su proyecto de qué manera quieren integrarnos en Kosovo, porque saben que estamos absolutamente en contra de la independencia, así que la única manera es expulsarnos o limpiar Kosovo de serbios. Sobre la posibilidad de que se sucedan independencias en los distintos enclaves serbios de Kosovo el poeta es reacio, “porque si separa una parte se olvidarían los serbios en otra. ¿Cómo separar Gracanica que es un monasterio mítico, pero está rodeado de enclaves albaneses? Al final tenemos esperanza en un nuevo tiempo con nuevos políticos para encontrar una manera de convivir como ocurría antes del 99”.

La lengua silenciosa del independentismo

Svetlana Velmar-Janković, autora de “En tinieblas”, se jugó el puesto en Prosveta, la editorial de mayor peso del titismo, publicando a autores como Josip Višnjić. Ahora contempla ahora la satelización del mercado que dificulta la presencia internacional de la literatura de los Balcanes. “Aquí las culturas grandes están mejor situadas, salvo en proyectos como el de Gojko Božović, responsable de una pequeña firma de élite, Arhipelag, que prepara una edición maravillosa de literatura eslava”.  En una región donde en palabras del  escritor, Slobodan Selenić, todo es política, incluso cuando uno se intenta ocultar de ella, Svetlana nos explica unos de esos mensajes que se silencian: “El país comunista empezó su existencia con la prohibición a los refugiados huidos de Kosovo en 1941 de regresar, unos 100.500, por medio de una ley secreta que descubrimos hace diez años. Los serbios volvieron hace quince años y a primera vista parecía todo normal, pero con el golpe de estado de 1966 dio comienzo a la primera ola de refugiados serbios de Kosovo. Ese proceso consagra el fracaso demográfico de los serbios, al tiempo que los albaneses duplicaron su población. Se trata de dos millones de albaneses frente a algo más de 100.000 serbios, una desproporción enorme, en la que los albaneses tienen además un gran apoyo y los serbios no. Los políticos se han equivocado mucho y siguen haciéndolo; si quieren devolver los serbios allí deberían pensar en hacer lo que han hecho los albaneses, pero de una manera muy prudente. Los serbios viven en Kosovo en unas condiciones terribles y apenas sobreviven. Todos los que han podido han huido y sólo los más débiles están expuestos a este sufrimiento”. La escritora nos cuenta cómo “después de la segunda guerra mundial se trabajó para aceptar falsamente Kosovo como parte de Serbia; se hizo mucho para preparar la separación de hoy”. A pesar de eso, la autora cree que Kosovo está muy arraigado en el imaginario serbio y eso “no puede romperse con actos políticos”. Quizá ha llegado el momento de aceptar la nueva realidad, comenzando por el cambio en la educación… “Los mitos nunca son dañinos, sino su manipulación. El mito empezó a crecer con la matanza bajo el imperio turco y en 1966 después de la agresión albanesa empezó a revivirse. Kosovo fue independiente cinco siglos y sólo por un breve período de un siglo fue serbia, pero eso no fue suficiente para destruir ese mito que está dentro de las almas”. Kelmendi decía que en Kosovo se podía seguir cantando canciones de esa desaparecida Yugoslavia siempre que se pusiera la aspiradora para que no te oyeran. Con el espaldarazo del Tribunal de La Haya tal vez todo se normalice… “Tradicionalmente los mejores guardianes del legado serbio fueron los propios albaneses. Sentían un gran respeto por todo lo santo, que ahora no está tan presente y se nota en el cambio de los nombres de los monasterios”.

En toda esta sucesión de escisiones en cadena en la región el lenguaje ha sido sino inductor, cooperador necesario. “La propaganda empezó mucho antes. El proceso de la desintegración del país se percibe en la lengua, poco a poco, y el fruto son las lenguas de Montenegro, Bosnia, Macedonia…”, asegura Svetlana. Para ella la evidencia de la separación llegó hace ya tiempo. “A finales de los 60 –cuenta- se celebró un congreso XIV de los comunistas de Serbia sobre la huida de la gente de Kosovo y se instalaba a lo largo del río Morava. Yo veraneaba allí y me di cuenta de que los serbios de Kosovo hablaban un idioma en el que se notaba mucho su desesperación y una entonación completamente distinta. Tenemos un dicho que dice, sólo la unidad salva al serbio, pero la solidaridad de los serbios no existe”. Svetlana participó en la llamada Comisión para la Verdad y el Reconocimiento, en la que se pedía el reconocimiento de los errores de una y otra parte, donde “al final no llegamos tanto a la verdad como a la resignación”. La única fe que le queda ya es la de la cultura y su empeño el de la necesidad de traducir. “Tenemos una literatura excelente y es responsabilidad del país difundirla, porque la única lengua que se ha entendido siempre es la de la cultura. Las culturas pequeñas tienen un paso más lento, pero eso no significa nada”. La apertura favorecería la imagen de Serbia en el exterior dando a conocer a Borislav Pekić, el Thomas Mann serbio, Miodrag Bulatović, un escritor olvidado, con obras como “Gente con cuatro dedos”, Gordana Ćirjanić o Ljubica Arsić.

Autor: Vladimir Bataller

A Dragan Velikić, pueden encontrarlo en nuestras librerías, porque Metáfora ha editado su “Plaza Dante”. Pianista en su juventud y autor de ocho novelas, cinco ensayos y tres de libros de cuentos es una firma de referencia en Vreme y Nin, los periódicos más importantes de Serbia. Huyó a Budapest tras el bombardeo y más tarde aceptó el ofrecimiento del anterior ministro de Exteriores, que también es escritor, para ser embajador de Serbia en Austria, donde pasó cuatro años y medio. Nos viene inmediatamente a la cabeza el nombre de Handke, el azote de la comunidad internacional contra el aislamiento de Serbia, al que conoce a través de  Zlatko Radaković, su mejor amigo y traductor al serbio del austriaco. “Es una persona a la que le encanta irritar y creo que perdió el Nobel por culpa de los serbios. Seguramente él sabe cien mil veces más que los medios en Alemania que creen saber algo. Lo que no me gusta es que nunca ofreciera la versión de la segunda Serbia, porque no da una visión total”. Velikić ha volcado su conciencia durante veinte años en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, escribiendo “artículos de un hombre que conoce todos los matices que se escapan a los expertos”. Respecto a Kosovo confiesa no ser “un prisionero cautivo de la historia. Milošević se equivocó; su gran error fue no ser aliado de EEUU como Kosovo. Si hubiera ofrecido la base militar de Bondsteel el cuento hubiera tenido un final feliz. Después de veinte años sé que los llamados centros de poder son una realidad y las leyes de la física también valen en política. Lo fundamental es echar un vistazo al mapa y ver el tamaño de tu país. Si existe una justicia abstracta va en proporción con el tamaño de tu país. Si quieres algo más que lo que te pertenece entonces tienes que ser amigo de las grandes potencias y como ha hecho Kosovo”. En cuanto a aceptar la realidad el escritor considera que “lo más importante es pensar sobre todo, en los monasterios, los monumentos culturales y la gente. De la comunidad internacional se podrían obtener muchas garantías si Serbia fuera constructiva y aceptara la realidad, porque como dijo el ex ministro de Exteriores, Vuk Drašković, Serbia está guardando lo que no tiene e insistiendo en eso, puede perder lo que tiene. Sólo sobre el papel en la resolución 1244 Serbia tiene derecho a Kosovo, pero no de hecho. Es un callejón sin salida en el que Serbia está perdiendo una tremenda energía y dinero y es una gran pena para la gente serbia que vive en Kosovo. Si los políticos que defienden una actitud firme decidieran vivir en Kosovo tendrían mi voto, pero viven en Belgrado y mientras la gente está allí,  aprisionada por una política sin solución”. Ese afán por encorsetar de Serbia no parece que vaya a provocar la pérdida de Vojvodina, pues “donde está la gente está el territorio y allí las reivindicaciones pasan sólo por una mayor independencia económica, algo que existe en muchos países”. 

¿Literatura contaminada por el nacionalismo?

A pesar de la ruptura de la antigua Yugoslavia la cultura ha sabido sobreponerse y sigue fluyendo por los Balcanes.Al acabar la guerra –dice Velikić- la comunicación empezó a renovarse y el público es gente seria, así que los autores de Croacia se publican aquí y viceversa”. En el interín, algunos intelectuales han propuesto recuperar los valores yugoslavos, postulado que suscribe el novelista:Es absurdo que gente que habla una misma lengua no tenga relaciones culturales al menos al mismo nivel que en la UE. Hay mucha historia compartida como para no tener un presente y un futuro comunes, no por ser emotivos, sino por los mismos hechos. Es curioso que para un escritor serbio un croata sea “un pueblo español” (en alusión a un refrán serbio que se usa para designar algo que es ajeno)”. El nacionalismo produjo cambios tectónicos en el público, pues según el novelista “hace veinte años estaba relajado, tenía buen gusto y al de ahora le interesa una literatura basura, de panfletos; una vida tranquila en un país estable produce un lector relajado”. Velikić aconseja buscar firmas como la de Miljenko Jergović, Dubravka Ugrešić, Mirko Kovač…, que ha descubierto Occidente, “quizá porque tienen más que decir que los que están sentados en los cafés”, bromea el novelista quien desconfía de que la literatura de grandes tiradas, gracias o por culpa de los medios que imponen su influencia”, dice el autor de un ensayo sobre Sábato. “No sólo en Serbia, sino en Croacia hubo una tendencia muy fuerte de posmodernismo en vísperas de la destrucción de Yugoslavia, a la vez que un nacionalismo al que pertenecían los más viejos que nos acusaron de estar sordos o desinteresados de la política. En general los posmodernistas tenían más talento y educación y no necesitaban la política para imponerse, pero con la desintegración toda la vida se politizó y sólo los más fuertes fueron fieles sólo a la literatura. Por eso, escribí artículos políticos, para salvar la higiene mental de mi literatura. Era muy difícil vivir en Serbia en los noventa con unos medios tan envenenados y toda una hazaña mantener la mente clara. El semanario Vreme era el refugio de los intelectuales, porque leyendo a los otros sabías que eras normal”. La guerra ha servido para distinguir a los escritores de los propagandistas, a pesar de que para Velikić es un flaco consuelo, por el alto precio que se pagó. “En la exYugoslavia el patriotismo es una profesión muy lucrativa; nadie que se precie de serlo se ha empobrecido en los últimos quince años, al contrario”, ironiza.

Mihajlo Pantić es cuentista, crítico y profesor en la Universidad de Belgrado, aunque se denomina a sí mismo el escritor del Nuevo Belgrado, “desde donde he seguido mi propio crecimiento interior y su transformación política, social, cultural, económica”. Como crítico ha observado de cerca una literatura atenazada en muchos instantes por la propaganda: “En países como éste la literatura perdió por completo su importancia política y social durante el comunismo. La literatura era una válvula de escape y tenía una importancia social y política, que ahora no tiene. Vivimos desde hace quince años en una absoluta liberalización y cuando puedes decir todo lo que quieres, la literatura no tiene importancia, así que la literatura en Serbia está buscando su nueva función social. Quizá eso explique por qué he vendido 100.000 ejemplares de mi libro”. Trabajo, el de crítico, no exento de presiones a las que ha resistido: “En Croacia, Bulgaria o Montenegro ha desaparecido del área pública; allí no se puede encontrar ninguna crítica en las revistas o en los periódicos, porque sólo existe como marketing, y el crítico ejerce de agente vinculado por medio una relación de interés con el editor”, comenta.

Desintegrada la quimera del tío Josif los hechos se impusieron. “Todos intentaron formar sus centros políticos y culturales, pero se dieron cuenta de que eran demasiado pequeños. Belgrado es más grande que Eslovenia, por ejemplo, y sólo Croacia es un poco más grande. Además, se da una paranoia porque todos los artistas de la antigua Yugoslavia vienen a Belgrado a consagrarse, que según un escritor croata, es el NY de los Balcanes”.

Autor: Vladimir Bataller

Sobre si la independencia de Kosovo sanará las heridas, Pantić es reticente. “Con los albaneses nunca va a haber integración; ya tuvieron problemas para integrarse en el cuerpo yugoslavo, al ser la única etnia que no es de origen eslavo. No se trata de un conflicto de hace 20 años, sino desde el imperio otomano, aunque ahora haya conseguido un nuevo status político. Creo en algún tipo de acuerdo razonable, aunque está claro que los albaneses no quieren vivir en Serbia y que la minoría serbia en Kosovo no quiere vivir allí. Y no entiendo por qué la política no ve algo tan evidente. Serbia se enfrentaría con un grave problema si los albaneses regresaran a Serbia, porque podría suceder que los partidos albaneses obtuvieran un día el poder, aprovechando que los partidos serbios están dispersos”. Pantić dice socarronamente que “en Serbia todos somos políticos, puesto que la política lamentablemente moldea nuestras vidas desde hace 20 años. Como escritor me extraña que la gente no quiera enfrentarse a algo tan evidente. La división sería quizá dolorosa, pero me parece una solución. Es difícil frenar el derecho histórico de Serbia sobre Kosovo, porque nuestra tradición espiritual está allí, pero a la política no le interesan esos criterios, sólo la situación de facto y los intereses de EEUU. El problema es que en Kosovo no hay serbios y por eso una división sería la mejor solución, salvo algunos centros espirituales de Serbia.

Llegamos a la conclusión de que Serbia es víctima de un mito ancestral que asfixia su cuello como nación. “Tanto los mitos como las imágenes –comenta Pantić- son parte de la identidad cultural, el problema surge cuando el mito se convierte en una corrección de la realidad”. De todos modos, la entrada en la UE es para muchos el cuento de la lechera y a la vez un nudo gordiano. “Es una esquizofrenia, porque la mayoría está a favor de la entrada y a la vez, nunca entregaría Kosovo, porque lo ve como la pérdida de algo muy importante y el problema aumenta sabiendo que Europa nos recibiría con más alegría sin Kosovo y que de la respuesta depende el destino político futuro de Serbia”, explica Pantić. Desde luego, la historia reciente de Yugoslavia daría para más de una novela: “Todos escribimos bajo una presión que impulsa a liberarse y crear. Cuando a nuestro dramaturgo más importante, Dušan Kovačević, le preguntaron de dónde saca sus temas contestó ‘abro la ventana y el tema entra por sí solo’. Aunque probablemente no haya todavía suficiente distancia para analizar la historia inmediata… “Todos han aceptado el estereotipo del martirio y un croata, un albanés de kosovo, un bosnio, describen su pasado reciente desde esa perspectiva y para colmo de la neurosis, los acusados -la política de Serbia- también”. Eso nos lleva a esa “Enciclopedia de los muertos” de Kiš, porque “el espacio de los Balcanes es un gran libro de los muertos desde la Grecia antigua y quizá sea por el peso del pasado y la muerte en la religión como sucede en la  cultura católica española, algo paradójico, porque somos un pueblo mediterráneo, con mucho humor”, remata Pantić no sin antes recomendarnos a novelistas como David Albahari, László Blašković, Goran Petrović  o Jelena Lengold.

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