Gran Vilas

gran-vilas Ejercicios espirituales con Vilas, anacoreta machadiano de la botella, pues “el que bebe solo espera beber con Dios un día” y sucintamente descrito: “el trastornado, el que se solidariza con el dolor del sol, / el viajero sin sombra, el niño muy asustado” por el vacío que atisba en el litro al acabarse como fuera ese Chinaski, empleado de Correos y castigador de mujer a tiempo parcial.

“La nada de los perros es igual a la nada de los hombres” cincela en el frío helador del Pirineo que perece al final del deshielo que es el poema o en la burda imitación de locuras de borracho adolescente británico de vacaciones a veces, otras, solidario con la paternidad del limpiabotas, “hijo de la nada y la catástrofe”. Burlándose de esa  filosofía del “no es lo que tengo, es lo que soy”, el autor o su trasunto nos amenaza con el Terror que no aplicaron los jacobinos, el del tener y no tener. Y en prueba de su romanticismo Vilas bendice los besos, aquellos que cantara Víctor Manuel, los nunca dados, para, a renglón seguido, entonar un canto al amor embriagado, Walt Whitman de las gasolineras, tocado de mesianismo en la liturgia del turismo salvífico que nos conmina a perdonar las ofensas a los que nos ofenden, sean el presidente del Gobierno o el de la patronal. Porque “España no ama a sus poetas” o no los idolatraba hasta que él llegó a nuestras vidas, el hombre “de brazos de gigante”, “tatuados con miseria y verdad”, caballero andante, como es natural, de las causas perdidas, pues para los pobres la salud es el arma definitiva. Mientras, los personajes con nombre de rótulo se disuelven y envejecen en una democracia de fantasmas boquiabiertos ante la “inesperada humillación” de comparar. Eran los años de los poetas combustibles, pero Vilas, una vez mal cruzado el Estrecho revela su verdadero rostro, el del ídolo doblemente blasfemo, por destapar su polisexualidad con un Elvis acabado y por fundar la nueva religión de la palabra poética. Anunciada su muerte, ¿proclamará alguna vez su resurrección?

Alicia González

Gran Vilas

Manuel Vilas

Visor. Madrid, 2012

143 páginas

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