En el inicio, Friedrich Froebel y su modelo aspiracional para el niño, en la sistemática, 500 ejemplares de juguetes del autor que no tuvo el adolescente que jugó con un tardío Lego. Juan Bordes nos acompaña por el juego de la anticipación de la vanguardia o su fiel perseguidor, un entretenimiento para la formación del gusto según Hildebrandt, nacido de la espontaneidad como apuntó ya Kröstzsch en azarosas construcciones que terminan siendo vivencia visual intelegido por Gropius. La ornamentación, el juego de la mano y el ojo, el concepto artesanal, el equilibrio y la simetría apoyan el aprendizaje y el desarrollo psicomotriz. Aparte de eso mucha madera, cerramientos de plástico y una anacrónica ciencia ficción, pero también el cristal virtuoso de Bruno Taut en diseños de colores y cartas que no son naipes, sino ladrillos de lo que cada uno quiera edificar. Bloques con esperanzas de ser copia mejorada de un abigarrado original historicista. Niños y arquitectos vacían las cajas de piezas unas claramente prescritas para una función determinada y otras abiertas a la imaginación dispositiva, mucho más de lo que indican algunos fabricantes sexistas. Cubos para acariciar, engranajes que suenan a futuro mecanismo, cúpulas sobre pechinas minuciosas o simples tacos de ingenuidad que bien apilada hacen de la nada paisaje troquelado o tan sólo garabato para que el niño sea maquetador de utopías modulares. Sabia lección la de que cada pieza tiene su lugar y cualquier otro y que la libertad erige escalas de representación de ésas que destrozamos de una patada de pequeños, pero que en la edad adulta son los conectores de nuestra estructura mental.
Historia de los juguetes de construcción. Juan Bordes. Cátedra. Madrid, 2012. 384 páginas.