Contra las academias barbudas

Gertrudis Gertrudis Gómez de Avellaneda

La riqueza era el único título de las mujeres, objetos de veneración y ternura, según Sab, el mayoral mulato. Los réditos del ingenio de Don Carlos sin embargo, no son suficientes para la codicia de los Otway en Puerto Príncipe. Gómez de Avellaneda a modo de álbum de estampas cuenta el amor del manumitido Sab, el esclavo con corazón de hombre, por la antiesclavista Carlota, en medio de un paisaje salvaje donde no faltan los fuegos fatuos por muertos insepultos como el asesinado por los advenedizos en el camino de Cubitas. Pasaje que da pie a un ensalmo de la india Martina contra los opresores, ante el que Carlota se conmueve por su indigenismo rousseauniano. Esclavo él de su convicción de inferioridad y también Carlota, un ser infantil cuya felicidad deciden otros.

Reivindicación feminista que en “Dolores. Páginas de una crónica de familia” se tiñe de historicismo autobiográfico durante “el reinado de la espada y de los castillos”, contado desde la época de “la soberanía de las cifras y de las máquinas”. El amor malogrado de Dolores y Rodrigo con muertes fingidas incluidas termina con  la joven en la alegría conventual. Un destino tan cruel como el de enamorarse de Carlos -en “Dos mujeres”-, un sinsangre antecesor del Juanito Santacruz galdosiano, doblemente causante de la aflicción de Catalina y Luisa. Alegato en fin contra el matrimonio concertado, inquebrantable e insufrible cadena para asegurarse un porvenir. Será en “La mujer” donde La Peregrina reclame “la supremacía en los afectos” aportando ejemplos de “mujeres magnánimas, ilustradas por hechos extraordinarios de patriotismo”. Desheredadas como se sienten por quienes atribuyen esa debilidad a la merma en la inteligencia y carácter, Tula quiere probar “no ya la igualdad de los dos sexos, sino la superioridad del nuestro”, frente a las academias barbudas que no acogen los talentos femeniles, concluyendo que sólo la inclusión de la mujer aleja la barbarie.

Y cerramos con “El cacique de Turmequé” que reescribe la crónica de Juan Rodríguez Freyre, sobre los sucesos de la Nueva Granada, tomando partido por los derrotados. Pero no busquen en ella grandes hazañas bélicas, o desmanes políticos,  porque a Gertrudis le interesa más contar en clave de rencillas y venganzas los aledaños de la historia oficial de las luchas entre lopistas y monzonistas a través del amor del cacique y una princesa indígena o siguiendo a la “incomparable Estrella”, incompleta por la falta de educación, plena en sus afectos.

Alicia González

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