
Las antologías de mujeres, ¿el nuevo must?
Ya no esperan a nadie. Antaño quemaron los sujetadores, insistieron en el lenguaje inclusivo, acudían a los recitales de ellos con respeto, eso sí, sin obtener la misma cortesía de sus pares y ahora escandalizan las redes hablando sin pudor de la menstruación como la olímpica Yuanhui. Pero se han hartado de ver que los números repiten cruelmente la misma estadística siempre: son segundonas en la historia literaria y sus voces, simple acompañamiento para los grandes, los hombres.
De un tiempo a esta parte proliferan las, llamemos enciclopedias de mujeres, preteridas de admoniciones de especialistas que al final se leen con un suspiro de alivio por parte de ellas y mucho de, “¡dejemos que se desahoguen!” de una crítica todavía reacia a la ecuanimidad de género. Antologías que atraviesan meridianos ficcionales como el 105 que cruza de México a Canadá, otras que son todo un “Grito de mujer” contra la violencia y a favor de las mujeres, de afrocolombianas, peruanas, polacas… donde ellas reúnen sus textos porque como Unamuno han llegado a la conclusión de que ningún M. Homais flaubertiano va a poder escucharlas en confesión poética como se merecen. Se acabó aquello de “dime qué papel me toca adoptar”, del que se burlaba la percuautora Virginia Rodrigo en su “Hipersexualidad”.
Pero no se engañen, la valentía viene de largo: “No he pecado lo suficiente” (Mondadori, 2007) Antología de poetas árabes contemporáneas”, fue un título transgresor escrito por mujeres osadas sobre todo si nos atenemos a que viven en culturas que premian el pecado de la mujer con el repudio o la lapidación y en el que autoras como Maram Al-Masri abofeteaban a ese mundo patriarcal: “Questa será / La preda e il predatore si incontreranno / E si compenetreranno / E forse…/ Forse / Si scambieranno i ruoli”. Versos que son sentencias de muerte en países como el suyo, Siria, demostraban que ese furor uterino, la revuelta de las vulvas que tanto temiera John Ruskin estaba en marcha. Porque esos ángeles de la esfera familiar, sus “Reinas de los jardines” se han hartado de no aparecer en recopilaciones que huelen a Varón Dandy.
Ya en su estudio “¿Silencios ambiguos? Mujeres en las antologías de la poesía contemporánea de Irlanda del Norte” la investigadora Alex Pryce señalaba que en determinados momentos históricos las mujeres han sido notables “sólo a través de su ausencia. Este silencio parece inequívoco; el clima era simplemente reacio
a la escritura de las mujeres, aunque es más difícil encontrar razones para ello”. La audacia de algún crítico como Frank Ormsby le ha llevado a defender estas exclusiones con agudezas como la de considerar afortunado al que elabore una antología de mujeres de más de diez páginas. Sin contar con obras como la de Vicente Luis Mora, “La cuarta persona del plural”, en las que la proporción (cinco autoras de un total de 22 nombres) dista mucho de ser áurea, para su información son más de 900 páginas las que tiene “Poesía soy yo”, editada por Visor, a las que hay que sumar las casi 376 de “Traslúcidas” a cargo de Bartleby editores y las 177 de Playa de Ákaba con esas “Mujeres sin Edén”.
Excavaciones de género
El trabajo, en ocasiones casi de arqueología, es complejo, pues obliga a desenterrar la memoria de autoras infravaloradas en su época y que reventaron las costuras del traje de musa que siempre les quedó pequeño e incluso el corsé temático que establecía una correlación entre su género y la poesía intimista, amatoria y similares, condicionando el recurso a estos ejes temáticos para su consideración por parte de los entendidos. Nada que ver con la postura combativa de compiladoras como Angelina Gatell que se atrevieron a encararse al régimen del general pequeño en “Con Vietnam”, en un precedente de nuestro “No a la guerra” de 2003, allá por el 68 que reunió a Ángel González, José Agustín Goytisolo, Victoriano Crémer, Ángela Figuera, Rafael Morales o Blas de Otero y que ahora rescata Visor.
El absurdo de querer borrar la firma femenina alcanzaba su culmen en obras como “Presencia de la mujer peruana en la poesía” que, a pesar de abarcar un período tan amplio como el que va de la colonia a la República sólo mostraba los versos admirativos de hombres desdeñosos, admiradores, enamorados, castigadores, pero ninguno de mujeres hablando en primera persona de lo suyo. “Poesía soy yo” realizada por el tándem que forman Raquel Lanseros y Ana Merino destroza con perspectiva panhispánica esa mirada paternal en un libro que muchos tachan de pliego de descargo del editor, Chus Visor, en torno a sus preferencias lectoras, aunque la confección de un volumen que reúne a 82 “casi inéditas” entre 1886 y 1960 es trabajo de larga preparación y el catálogo del polémico editor (Szymborska, Dickinson, Blanca Andreu, Dulce María Loynaz…) revoquen el sello de misógino que lleva con esa aceptación casi budista-castiza. Porque el libro celebra las voces que han edificado el yo literario de la mujer desde finales del XIX hasta mediados del siglo XX y en el que se intuye el ahogo de muchas autoras en versos que dicen más de lo escrito: “Es lamentable que te roben el aire” (Gloria Fuertes), “No nombrar las cosas por sus nombres” (Alejandra Pizarnik), “A buscar en la sombra la verdad escondida” (Claudia Lars).
Beguinas a la fuerza, pero solidarias en el reconocimiento mutuo reivindican el espacio femenino común (Encarnación Sánchez Arenas: “sois todas mujeres que buscan un avatar colectivo”) homenajeando a otra precursora, Carmen Conde, la primera académica en “Mujeres sin Edén”, para animar a crear y proteger del olvido la obra de una a través de todas las demás, pues como advierte Isabel del Río “no es verdad que las flores luchen siempre calladas”. Un falansterio en el que encontramos “Cómplices nocturnas” que diría Rosa García Oliver que relacionan mujeres y bichas en el sentido reptiliano del término como Margarita Paz Torres, o Isabel Dionis diciéndonos que hay “Mujeres enclavadas en la sombra, / paréntesis de las vidas de sus hombres”.
Infectadas de furor uterino
Arrebatadas por el aliento de la Pardo Bazán (“las arrastra una Furia y las arrastra un Pánico” según Aurora Luque) corren el peligro de pensar por sí solas como recuerda en el prólogo de (Tras)lúcidas Marta López Vilar que ha querido elaborar una “antología de poesía, sin más”, aunque como dice la canción de Mecano el matiz viene después, porque la singularidad de género es el molesto apéndice que paraliza su visibilidad, por el sometimiento “al silencio, al escándalo o a la mofa”. Y a pesar de que Guadalupe Grande diga “nada sé de los abismos de la desigualdad”, son conscientes de la herida de género como leemos en Rosana Acquaroni al escribir “cualquier palabra se convierte en una profanación” y definir la poesía por el binomio “arcilla o servidumbre”. El siguiente paso es desterrar la exclusión (“Ella creía estar enferma. / Creerlo significa sentirse diferente, incluso serlo”. Miren Agur) y avanzar en la senda de Susana Rafart (“Te llevarás a casa con cobardía / las yeguas del conocimiento”). Apacentarlas sería fácil de no ser porque el elemento educativo está también en su contra tal y como ha desvelado en sus investigaciones Ana López Navajas de la Universidad de Valencia al denunciar la visión androcéntrica de los manuales escolares de estudio en ESO y Bachillerato “donde las mujeres no tienen cabida” (representan sólo un 7,5% del total) que se convierten así en “instrumento de transmisión de valores de desigualdad” al marginar o eliminar las trayectorias de mujeres en todas las disciplinas, condicionando con ello la socialización de las mismas. “La irrelevancia social de las mujeres, despojadas como quedan de su memoria del pasado y de modelos donde reconocerse, condiciona su identidad personal y social”, sentencia la autora de la tesis doctoral “Las mujeres que nos faltan”. Literatura gris que no interesa leer para enmendar errores, literatura de mujer, al fin y al cabo.
Alicia González
Interesante artículo, Alicia. Gracias por hacérmelo llegar. Un abrazo.
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