Una fe provisional

guichard.jpg El “gozo dominante” del poema nace del espejo quebrado con que el poeta ve al mundo en sus dos caminos, el ascensional y el que pone pie en tierra. Desde ella todo parece más nítido, como en los versos que consignan cómo “la creación sucede marcha atrás”, configurando a los ojos de los lectores una cadena de necesidades del “animal platónico, elemental y vivo”. Guichard constata los amaneceres lentos de España en la convicción de “que el mundo / sigue siendo grande e innecesario” y que todo hombre se lleva a sí mismo, releyendo a Montaigne o enajenándose en el extranjero que es como el checo Gödel oculto tras su gorro y teorizando al tiempo sobre la incompletitud.

El autor de “Una fe provisional” envidia al calígrafo de recto rumbo y le sale el mexicano por esa piedra rodante, casi una ranchera, ante la inmensidad de un mar que se ensancha con mirarlo, justo al contrario que el olivo interior, que terminará muriendo dentro de uno para atestiguar el paso del tiempo. El poeta sabe que está repitiendo el viaje de retorno a la Europa que desprecia con jactancia al hijo pródigo, aun cuando la posibilidad de regresar eternamente “le quita el sueño a cualquiera”, pues “nadie está preparado para el viaje, nadie sabe cuándo llega a ese punto / desde el que ya sólo se puede volver”. Existencia pues de escritor, pero de ser humano en contrasentido, si bien aquel dispone de una herramienta intelectual, la palabra que le habilita para decir “ven a la sintaxis y ordénate, el mundo te está esperando”.

Alicia González

Una fe provisional

Luis Arturo Guichard

Liliputienses. Cáceres, 2013

132 páginas

0 €

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