
«Señalamos fechas, marcamos días señalados, intentamos borrarlos del anuario, del recuerdo cuando es necesario, de ese calendario que son las calles, donde las pisadas, las protestas configuran un diario personal de nuestras trayectorias. La ritualización de ese eliminar lo que no nos interesa corre a cargo de una mujer porque somos nosotras las más acostumbradas a ceñirnos a los días y las horas, a las esperas infinitas que regulan nuestra existencia: la pubertad, la regla, el embarazo, la violación, el primer encuentro sexual desafortunado, el aborto, la menopausia… Olvidar es un trabajo habitualmente de mujeres. Somos las primeras que debemos incorporar las fechas señaladas a la normalidad, amoldarnos a los olvidos de píldoras, a recordar al tiempo los días en que las cosas debieron suceder y no terminaron de llegar. La suciedad antes era cosa nuestra –en algunas tradiciones religiosas lo sigue siendo- la impureza va asociada a nuestro cuerpo y ése no hay forma de borrarlo. Los espacios físicos son más fáciles de limpiar, por mucho que queden las huellas de la mancha no son acompañantes diarios, se quedan ahí, como testimonio de una suciedad que existió y no ha acabado de dejarnos. Las manchas interiores son más duraderas, porque el jabón debemos aplicarlo cuando el borrón aparezca de nuevo, como la mancha de sangre en la sala de “El fantasma de Canterville”, porque en caso contrario no encontraremos el descanso como sir Simon. A veces logramos eliminar el resto de la mancha, pero la fecha queda fijada como en el video, en otras ocasiones el proceso de limpieza nos ha requerido tanto esfuerzo, tanto tiempo que, aunque hayamos logrado borrar cualquier vestigio, la mancha se habrá quedado de forma indeleble en el pavimento de nuestro cuerpo, en el enlosado de nuestra memoria. Es lo que sucede con los muertos que debieron ser ilustres, que perdieron las vidas en nuestras calles, por una lucha que ha quedado innominada, fregada por la historia mayúsculas de las instituciones, y que permanece en el rincón que los suyos dedican al no olvido».

He querido compartir este texto que acompañó a la exposición de la creadora Ana Marcos, una autora que te golpea con cada una de sus piezas. Así fue cuando conocí ésta que obtuvo el reconocimiento* de otros que como yo fueron golpeados. Aunque en mi caso el derechazo fue más intenso, porque después de conocer la obra no pude dejar de pensar en ella y me puse a escribir; y escribí acerca del silencio de otras mujeres agredidas, pero éstas con resultado de muerte y del olvido que su desaparición deja en los demás, tan fácil de limpiar como ese suelo en el que una Ana de rodillas se esfuerza en borrar todos los restos de una violencia, ésta sí, con género y cifras que no desaparece por mucho que intentemos eliminar el poso de culpa que su recuerdo nos deja.
Una violencia con género y cifras que no desaparece por mucho que intentemos eliminar el poso de culpa que su recuerdo nos deja
Para quien no haya tenido ocasión de acercarse a esta creación videográfica, exhibida en la exposición «Versionadas: Reinterpretando el cine y la violencia de género a través del arte», diremos que la escena que recrea «FREgando el olvido» no es más que una mujer frotando un enlosado sucio. Una escena que las mujeres de cierta edad hemos visto aún en nuestras casas y que nos vincula fuertemente a nuestras madres, las mujeres arrodilladas. Un acto cotidiano, visto por la mirada infantil que, en ese momento interpretábamos como parte de la convención: para que el suelo brille lo mejor era frotarlo baldosa a baldosa. Nada de fregonas que mantienen a la mujer erguida, lo suyo era la España empeñada en volver a la pequeña Dorrit. Sí, porque la nuestra fue la sociedad de las madres que tuvieron que ganarse el sustento desde niñas, mujeres de posguerra que hemos abandonado a su suerte/muerte en la reciente crisis de la COVID-19 en las residencias. Menos mal que todavía quedan proyectos como «La narración de la memoria«, empeñado por «generar un relato que subvierte los silencios de la Historia«.

Pero regresemos a otro empeño, el de fregotear las losas sin cesar de Ana Marcos , una de esas creadoras desconocidas que por fin está en la Wikipedia -pese a que en su momento alguien preguntó ¿pero qué trayectoria tiene?-, eran más que un suelo de terrazo. Sobre el suelo la creadora palentina había jugado a una macabra rayuela para, a modo de calendario, señalar los días aciagos en que una mujer había muerto a causa de un instinto de la propiedad asesino. Instinto amparado por los que pretenden eliminar del rechazo popular ese concepto tan hasta hace poco repudiado y hoy cuestionado como es el de la violencia de género. En su momento a la autora le fue difícil confirmar las cifras de fallecidas por este concepto, en unos tiempos en que la estadística ya titubeaba en los criterios de quién se puede o no considerar una víctima. Tanto es así que las asociaciones de mujeres siguen llevando a cabo su propio conteo como explica «El baile de cifras de violencia de género» y este artículo sobre la «Historia de la violencia de género en España. Datos y leyes para entenderlo de un vistazo«.
En estos tiempos en los que la pandemia nos ha detenido, tal vez hubiera sido obligado hacerlo delante de obras que seguirán abofeteándonos hasta que cese la violencia contra las mujeres, la retratada por Ana Marcos, otra obra ya clásica de la que podéis leer este estudio 2666 de Roberto Bolaño: una perspectiva de género y un sinfín de creaciones con un rastro de sangre en ellas. Pero ya hemos vuelto a la normalidad, o no, porque para las maltratadas la cuarentena ha sido un continuum y pese a los buenos propósitos nada ha cambiado: todavía hay quien está dispuesto a comprar discursos que matan.
Como siempre acertadisima y oportuna
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Con fondo amargo, pero un artículo excelente, Jaberbock.
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