
A través de sus obras caminamos en dirección hacia una claridad que nos aleja de las sombras, de la caverna y por ello como avanzaba Emilio Lledó en la lectura del mito platónico al mismo tiempo nos distanciamos de la comunidad. Quedamos así perdidos en la luz para el resto. Nuestra toma de conciencia, la proximidad o ese encaminarnos al conocimiento supone una ruptura que, incluso, aunque no queramos que sea definitiva, quiebra los vínculos con los que hasta hace un instante eran nuestros iguales en la ignorancia.
En ese sendero el artista nos propone la Neonmetry, una categoría geométrica nueva que nuestro superhéroe lleva a la práctica en murales que nos obligan a reconstruir la perspectiva: salvo excepciones, como la realizada para un centro comercial en Portugal, sus instalaciones de neón no acompañan al mercado, no terminan de perfilar el brillo de las transacciones permanentes que hacemos cada día ni han sido absorbidas como parte del paisaje capitalista. Sus creaciones tienen algo del espíritu de la Bauhaus, de ese artesanado que el creador se encarga de captar en los vídeos que muestran la parte procesual de su arte.
Extrañamente los espacios rescatados para el arte por el creador minimal son los abandonados por el urbanismo, los llamados cul-de-sac, los lugares donde la ciudad no piensa que la estética sea necesaria por pertenecer a los rincones de los que están al margen de la economía como materia pujante. Sobre esos lienzos despreciados por el escaparatismo, por el exhibicionismo de una sociedad acuciada por la pulsión visual Spidertag nos detiene frente al muro, tal vez el de aquel videojuego de los tiempos pretéritos del Spectrum y similares. Ante él, el espectador se ve obligado a descontextualizar el rótulo luminoso, a devolverlo a la inutilidad, a la no mercantilización. Y por si fuera poco, hacernos sentir frente al extrarradio de la cultura, porque el artista conserva la frescura del arte callejero, de apropiación del territorio de nadie para plantar sobre él los reales de la práctica artística: toda una provocación. Eso de dedicar atención a una inacción consumista y además detener a la audiencia es todo un reto que no debería quedar impune. Pero Spidertag además nos invita a rescatar ese afán lúdico, el mirar con ojos frescos los carteles luminosos como el niño que por primera vez camina de la mano de sus padres por la urbe, con ese sentimiento ambivalente de penetrar en territorio inhóspito y sin embargo, dejarse atrapar por las luces de la fantasía del comprador o al menos de la posibilidad de serlo que nos ofrecen los recorridos urbanos trazados para conducirnos por las rutas del tpv. Su desfachatez no tiene límites, porque no contento con plasmar luz donde antes sólo había oscuridad, Spidertag se atreve a callejear con sus intervenciones mediante creaciones tridimensionales, fantasmagorías de una irreverencia que no tiene dueño que la monetice. La fugacidad de su arte viene a dibujar sobre nuestras cabezas pedazos de formas inacabadas que restallan en la noche, ámbito de todas las pesadillas y para mayor atrevimiento se ofrecen dúctiles al espectador gracias a los materiales con los que compone trazados que abren otra realidad al público, en una suerte de Suprematismo de neón, donde el marco es únicamente la invitación a recomponer lo que antes parecía estático. ¿Qué mayor desacato al mercado que hacernos autores por unos instantes de esas piezas, transformando los colores, incluso las siluetas? Porque en un mundo preconformado, empaquetado y listo para consumir, la diferencia está en generar dimensiones no cerradas que nos devuelven esa ilusión de cuando creímos que podíamos configurar la vida con un parpadeo.
Autora: Alicia González
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