
Mujeres que se reclinan sobre sí mismas. Conexiones congeladas en un instante doloroso que rompe la pantalla. Historias que son una, pero son múltiples, son todas y sin embargo, no son repetidas. Relatos de la misma desazón, el mismo aliento y la misma alegría e igual malestar ante el teléfono frío. Pareciera que los cuartos son simétricos, que cada vida está yuxtapuesta y en cambio, detrás de cada traspiés, hay una única y diferente. Es entonces cuando la partera con desorbitados ojos de primadonna tensa las riendas y evita que la trapecista caiga herida en mitad de la pista. Se alisa el maillot, repasa con un dedo mojado en saliva las medias sobre la parte alta del muslo y vuelve a emprender el ascenso por la escala de cuerda, siempre alto, siempre sin desfallecer, sorda al tumulto que aguarda escuchar la irremediable caída con el ¡uy! que comparten entre temerosos y aliviados los espectadores de espectáculos de riesgo: toros, circo, noches electorales.
Comparten horas que difícilmente son convertibles en tiempo real, porque los minutos de la búsqueda, los segundos de ese mensaje con una negativa no se corresponden con la angustia licuada lentamente a la que las mujeres nos hemos acostumbrado de forma atávica.
El sueño llega para desvelarnos con otro proyecto que se frustró. La habitación redonda, alarga sus esquinas para cada pensamiento y entonces la mente divaga en los errores, en las aproximaciones al éxito, en las soledades e intenta reconstruir la senda para caminar hacia atrás al borde del precipicio. Porque son pocos los pasos, pero firmes las certezas con que deben darse para no regresar al abismo.
Las fortalezas se dibujan con stilus, sobre tablilla de cera, con pulso firme, aprendiendo cada trazo y las derrotas desordenadamente una vez que se ha desarrollado la inercia del desbordamiento. Es fácil hacerlo en compañía: ocurre como en los estadios de fútbol, al oír corear el himno de tu equipo, el tanto imposible que han marcado o recordar el olor de la primera vez que oliste la hierba del campo, se establece la comunicación con el otro, que en este caso es sororidad y sabe de lo que le estás hablando. Se produce esa misma satuación de los terrenos anegados de agua que, en mitad de la nueva lluvia no pueden más y se rinden desbordados ante la inundación. No hay necesidad de que la intensidad crezca en ese momento, la poca cantidad generará una imposible contención, una rotura de diques y compuertas. Somos solas aun cuando somos simétricas y aunque nos hayamos acostumbrado a ser en las otras y reflejarnos aprendemos poco de cómo controlar, porque quizá como dice alguna hay que dejar salir y sentirse inundada para que el pensamiento giratorio, orbital, asfixiante retome su lugar marginal, subsidiario, prescindible en la tarea del día, la que no encaja con ningún rincón para el desasosiego, porque somos mujeres y no tenemos tiempo para eso.
Me quedas tú y te quedo yo y no queda más que un mes para volver a vernos. Y no te olvides de que estamos aquí y recuerda que para eso estamos…
Pero las horas, que nunca dejaron de ser lo que son, ni de marcar los tiempos con su mensaje inexorable, regresan con su cetro de tirano a golpearnos.
Autora: Alicia González (Dedicado a ellas, que ya lo saben)