El olor a perro mojado de Totó en la pradera

(Texto elaborado como primera reflexión en torno a estas tres fotografías de Ava Margueritte , sin que en ese momento conociera nada sobre su autora, para la Locus Gallery de Chicago).

¿Por qué el cuerpo se antepone a la modernidad y a la naturaleza? ¿Hay dentro de nosotros una revolución apocalíptica o somos necesariamente pasto de soluciones salvíficas que nos salen al paso cuando menos te lo esperas? Idolatramos al cuerpo, pero sus políticas actuales son las del maltrato, las de la normalización, las del cumplimiento de unos estándares a los que horroriza la disconformidad con el canon: ni gordo, ni mancillado, ni vulnerado, ni extremadamente delgado, ni enfermo…

Curiosamente el formato de la pieza adopta la forma de un tríptico, donde la centralidad no se le otorga al cuerpo que deja de ser sagrado, en cuanto a herido, señalado por las marcas de la enfermedad, sino a la creencia, a ese cartel luminoso en la noche, ahora apagado en mitad de ese bosque que son nuestras incertidumbres. Porque Dios nos salva por irreverente que sea su manifestación en mitad de la nada, llega de la presencia de un cableado que nos recuerda que es realmente la tecnología quien nos salva, porque nos comunica y no nos aísla como esa religiosidad mal entendida del bastanteo. Porque la fe basta y es suficiente y da igual entonces que nuestro cuerpo haya perdido esencia en una naturaleza agreste, incontrolable, que nos domina y nos enciende las luces de nuestra realidad y se convierte en el cielo protector de nosotros mismos.

Y soy mejor persona si me enciendo y me apago en función de unas necesidades ajenas a mi yo que queda relegado a un plano irrelevante, lateral, desdibujado en sus formas, porque debo someterme a la presencia inmaterial de ese Dios dominante y taliónico que me espera con sus consignas de temor en las que no hay espacio para la otredad.

Siendo yo la que observa, ese estallido podría parecer rebuscado entre los papeles de William Blake, para reorganizar en la cabeza de ese cuerpo que tendré que dejar de ser las prácticas aceptadas, las transformaciones admitidas y los silencios que han convertido en gónadas ausentes las que cubre una prenda atemporal, tanto como la doctrina que me proclama sola, desposeída, sucia y dependiente de ese sumo rector de lo que seré cuando me pierda en el bosque. ¿Hacia dónde debería ir? No es acaso un regresar al cuerpo la única salida posible, porque un cielo estremecedor, por restallante que sea no puede ser la solución a la pérdida y la búsqueda de una santidad que no me corresponde me aleja de la corporeidad en donde estoy y me siento, anclada a la madera de mi hogar. Soy Dorita y hasta ahora no lo sabía. Tengo miedo a encontrar que Totó se ha extraviado en ese frío campo de abetos muertos, sembrado de hombres de hojalata y leones cobardes. Mejor prender la paja de mi yo sin cerebro para hacer arder los cielos y elevar mi plegaria desatendida: sí, yo también desvelé los secretos que me confesaron en custodia y golpeé mis partes pudendas contra la hierba serbia de la infertilidad, por eso no estoy dispuesta a conformarme con un dios menor, por muy provisto que esté de sus finales deus ex machina para asustarme. ¡No creo en el Mago de Oz, así que descorreré la cortina para empezar a vivir mi vida de adulta! ¡Allá voy Kansas!

Autora: Alicia González

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