Dolores sin cuento

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¡Me duele aquí!, señala Carmen palpándose el costado mientras se mueve nerviosa en la camilla. Su médico no aprecia razones aparentes para la dolencia de su paciente. Le ayuda a incorporarse y Carmen responde a su amabilidad con un “¡ay!”. Rápidamente le pregunta si comió ayer algo extraño, pero Carmen sólo acierta a decirle que mientras cenaba pusieron un reportaje sobre los inmigrantes que llegan a Lampedusa y esta vez no cambió de canal. Mira que en otra cadena daban “Supervivientes”, pero dudó más de lo habitual en hacer zapping y ya no pudo dejar de mirar esos ataúdes coronados con ositos de peluche dispuestos sobre cada féretro como muestra póstuma de un abrazo que ya nunca recibirían.

El matasanos fue tajante: “¡Deje de ver esos documentales! ¡Tómese una cervecita con gambas al solecito y verá como se le pasa! ¡Si no cuida su estrés puede acabar con una depresión! El primer síntoma es cuando uno empieza a llorar sin motivo por cosas que ni le van ni le vienen”. Carmen, obediente, borra entonces de su cabeza la imagen de esa muchacha negra, sentada en un banco en mitad de la nada, moviendo las piernas como pensando eufórica “estoy viva”, y al instante con espanto “¿y ahora qué?”.

Sale de la consulta dándole las gracias al doctor que mientras coloca el papel de la camilla siente una punzada incómoda. Contiene el gesto… “En el primer mundo nos quejamos de vicio”.

Autora: Alicia González

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