Mujeres detenidas

Apenas 15 minutos… Quizá en mi caso algo más por esa costumbre tan incómoda de ejercer como periodista en cualquier situación y terminar preguntando cuando lo que te proponen es que permanezcas en silencio durante el tiempo que dura el posado para la artista.

Sí, somos mujeres detenidas, ya más de 800 las que hemos detenido la carrera en la que vivimos permanentemente: el trabajo, la casa, los hijos y si hay tiempo, las revisiones médicas. Tal vez por eso más que por otro motivo sea importante la propuesta de la finlandesa Katriina Haikala. Una llega al lugar de la cita, la sede del Instituto Iberoamericano de Finlandia en Madrid y de repente tiene que esperar y ser consciente de que la antecede otra mujer a la que le están dedicando un cuarto de hora. Parece poco, pero si participan en la performance se darán cuenta de que esos cinco minutos, más cinco minutos, más cinco minutos la sitúan a una en un instante congelado. Son los minutos más largos que se habrá dedicado nunca, porque, sin estar a solas, la experiencia frente a la creadora le expondrá a un ejercicio de introspección en el que la protagonista es usted. Sin excusas.

Y no estamos muy acostumbradas a serlo… Si ganamos una medalla olímpica es porque hemos tenido trato carnal con un cómico de programa nocturno, o porque admiramos por encima de todo a Rafa Nadal y si nos hemos rendido como Simone Biles a la evidencia del basta ya que a veces marcan nuestros cuerpos. Defiende Juan Soto Ivars la ética de los que persisten y se empeñan hasta el triunfo, diciéndonos que puede que estemos confundiendo compasión con admiración. Por mi parte no lo creo y pese a que mi aplauso no sea más que uno más, pienso en todas esas figuras que, como Camille Claudel se quebraron por el camino y dejaron paso franco a figuras fuertes como la de Rodin o como Van Gogh que no vendió un cuadro en toda su vida y optó por el suicidio en lugar de tomar esa decisión fácil de seguir arrastrándose por exigencias de esa vida que nos condena a no admitir la derrota. Anne Sexton también se abandonó al fracaso, una palabra muy grande en países como Estados Unidos donde la práctica social no entiende la renuncia al sueño del éxito y la condena abiertamente. Tanto es así que, muchos de esos negacionistas estadounidenses que hoy vemos hospitalizados por el covid, purgarán sus penas cuando se enfrenten a la mayor de las derrotas, la de la exclusión por un sistema que borra a los transparentes, aquellos que en la carrera al estrellato tropezaron y no podrán costearse una sanidad sólo para triunfadores.

Pero hemos dejado sola a Katriina, dibujando sus retratos. No se inquiete si la artista no ejecuta ese baile del papel al rostro y vuelta a empezar. Su pirueta consiste en mirar fijamente a los ojos de las mujeres que se prestan voluntariamente a modelar y con ese trabajo de observación, esboza sin prestar atención al papel un boceto caricaturesco, una semblanza rápida, un bosquejo de lo que eres más visiblemente para alguien con el ojo habituado a capturar la esencia. No se pretende de este dibujo ni la perfección, ni la mímesis, ni la originalidad: su objetivo es otro. La autora se ha autoencomendado la tarea de poner remedio al enorme desfase cuantitativo que aún hoy existe en la representación visual de la mujer. Siglos de habitar los márgenes del poder nos han hecho a las mujeres personajes ajenos al arte propagandístico que retrataba a quienes decidían los destinos de sus conciudadanos. Y en caso de constituirnos en figuras dignas de manchar un lienzo, lo éramos siempre en función de nuestras cualidades en línea con las directrices de la moda del momento. Es decir, mientras que podemos rescatar la figura de burgomaestres orondos, difícilmente disponemos de retratos reales de las mujeres que no descollaban por su hermosura y en caso de serlo, nuestra divergencia respecto al canon se juzgaba severamente como indicio de malignidad -véanse las figuras femeninas en los retratos de Goya de la familia de Carlos IV-. Por eso la hermana Wendy en sus análisis de la historia del arte se horroriza ante la visión tan poco mainstream de esas prostitutas de la calle Avinyó: primero, porque no tenemos el ojo educado para admirar a esas damas, y segundo, porque olvida que en esas jornaleras del sexo, convertidas apenas en máscaras africanas Picasso está viendo el rostro de la muerte, obsesionado como estaba por los devastadores efectos de las infecciones de transmisión sexual. No importan, aunque fueran ajenas a los males venéreos, el malagueño nos estaría mostrando a ojos de la monja televisiva el escandaloso espejo de las mujeres sin afeites, la realidad sin retoques, la carne en su obscena normalidad y flacidez.

Eso es lo que encontramos en la obra de Haikala, la insultante cotidianeidad de mujeres de la calle, detenidas en su silla por quince minutos sin un cribado previo de su estilismo, su belleza interior o exterior, u otras dotes intelectuales que pudieran hacer distingos. Para la artista finlandesa cada mujer de las que se sienta frente a ella merece ese momento de atención extrema, tanto como para exprimir los rasgos más definitorios. Y con ello quizá alcance a equilibrar la balanza de mujeres desatendidas, desoídas, silenciosas que nunca estuvieron en los cuadros de los museos, porque nunca hubo nada en ellas de meritorio, incluso puede que lo hubiera de repulsivo.

Regreso a la sesión, al posado y les puedo asegurar que intentar mantener la misma pose, el mismo gesto, el rictus inicialmente decidido no es posible. Por eso, los dos retratos que quedan como testimonio de la representación performativa, uno para la creadora, otro para la modelo son tan dispares y a una se le hace cuesta arriba elegir, especialmente si como es el caso, frente a ella está la imagen de ese hombre sentado en su desesperación, desnudo, en una sauna y no podemos evitar sincronizarnos con su dolor, sentir sin poder evitar apagar el gesto su angustia, ésa que le hace llevarse las manos a la cabeza en un intento de resolver lo irresoluble. ¡Ah, no, que habíamos quedado con Ivars en que no hay sitio para la compasión y que solidarizarnos con el perdedor es cosa de blandengues! ¡Inclúyanme en en catálogo entonces…, de falibles, porque no me duelen prendas en reconocerlo! El dolor asumido me detendrá, pero no me hará lanzarme al vacío si viene otra crisis como la del 29, a los que no admiten la derrota no les queda otra.

Más lecturas:

https://www.juntadeandalucia.es/educacion/portals/delegate/content/f1d96113-1d11-4d7a-bdd0-ba48c19aa2ea

https://repository.usta.edu.co/bitstream/handle/11634/3987/BockMonika206.pdf?sequence=1&isAllowed=y

https://elpais.com/elpais/2020/03/03/icon_design/1583265950_023305.html

https://pruebadibujo.wordpress.com/2016/03/08/la-mujer-en-el-arte-y-la-publicidad/

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