
Seguramente la idea de tensión, de agobio, es una de las primeras que quedan tras estos venenos, una selección de cuentos, más regalo en forma de declaraciones. Un universo sucinto de seres desdoblados, prisioneros en sus propias casas, dígase países, en un universo donde la captación de lo real en forma de fotograma se transforma en realidad permeable y más tangible, dotada de vida propia.
El único obstáculo, o la única reclamación, por parte del propio autor es la de la acción, imperativo necesario, si bien demasiado pesado por su distanciamiento físico de la Argentina de los milicos. Una acción que a veces se carga de la violencia sin medida como la infantil de “Los venenos”, donde el despechado protagonista venga en las hormigas su amor perdido, sombrío remedo quizá de los motivos de otros asesinos de populosas comunidades animales. Otro de los habituales en el bar que es la literatura de Cortázar, el desdoblamiento se muestra en “La noche boca arriba” con esa postración futura, anclada en el tiempo precolombino, “La salud de los enfermos” e “Instrucciones para John Howell”. En éste, Julio Florencio se permite la burla suprema del espectador crítico elevado a actuante víctima, responsable del destino de otro, mientras que en aquél. Articula una mentira protectora, que acaba por tejer sus propias historias. En “Cuello de gatito negro”, el propio título ya nos augura un clima cruel, con brillantes descripciones de coitos enguantados, a merced del Metro parisino, en el que los desencuentros se vuelcan en espejos de parejas necesidades. Una realidad vicariamente trastocada por el personaje, como en “Cambio de luces”. Por último, “Recortes de prensa” y “Pesadillas”, extracto de su época más comprometida, con alegóricas situaciones no vividas que asedian a los personajes y el permanente sentimiento de cerrar los ojos ante un videlismo de sirenas en ristre y cadáveres inexistentes.
Los venenos y otros cuentos
Julio Cortázar
Mare Nostrum. Madrid, 2004
148 páginas