Uno de esos artilugios que el señor de la casa poseía para seguir degustando pese a la presbicia su placer preferido. Me imagino al sirviente disponiendo la botella en el lugar exacto para que el amo le indique con un leve gesto de la mano y un ‘puede irse Higgins’ y pueda disfrutar a solas de su contemplación. Al otro lado de esa sala, el criado camina en dirección a un espacio de espera, el reservado al servicio donde no hay lugar para otra cosa que la mordiente realidad.

Autora: Alicia González