Desagradable clarividencia

Dice en la presentación que la obra de Emilio Subira obliga a posicionarse ante la sociedad, yo muy al contrario creo que sus piezas empujan, agreden, te escupen y muy difícilmente permiten al espectador mantenerse al margen. Segurmente ésa sea su mayor ventaja, porque más que «Transmutaciones» sus piezas son copias del natural, pero en un nivel de realidad psicológico, porque los personajes abyectos no portan las máscaras que la respetabilidad y la convención marcan y por eso los vemos como habitualmente los percibiríamos en nuestro subconsciente, con toda su repulsión al aire.

Ególatras, manipuladores, arrogantes que podemos identificar con cualquier personaje de la escena pública, sean políticos o habitantes del planeta mediático nos avasallan con su presencia en lienzos o esculturas, seguramente, porque estamos en ellos, somos parte de esa «Confusión en la habitación» y hemos vivido en ese movimiento turbulento que deforma el rostro a la figura al modo de Bacon. Y estamos también noqueados por esa iluminación que nunca llega y nos deja amoratado un ojo de la mente menos genial de lo que pensamos. En Subira hay un trasfondo de humor salaz que le hace sentar a un dios, cansado de mirar con abúlica desidia y desde las alturas, en un taburete para acudir a la consulta del oculista, con actitud de «¿y ahora qué me a contar éste!».  Todos padecemos de vez en cuando o a cada instante esa misma incomodidad frente al otro, porque nos obliga a seguir atentos, a cambiar el gesto, a sorprendernos incluso sin ganas y la pasividad siempre es más reconfortante que la acción, porque la acción no tiene por qué tenerte como protagonista.

Donde sí nos reconocemos de nuevo es en esa carrera de pan y circo, bien porque nos veamos subidos al pescante, bien porque contemplemos con rubor lo bien que mordemos lo brida con los ojos desorbitados. En esa calva reluciente intuimos un personaje que aparece más claramente en esa ringlera casi ritual de «Monkey see monkey», probablemente no estaba en la intención del autor, pero uno no puede evitar la asociación de ese pelón entontecido, con la lengua fuera con otros bobos ilustres de la prensa rosa. Si éste es el adanismo que nos espera… Quizá es eso a lo que da vueltas el muñeco de «Nothing new under the sun», aunque si le miramos fijamente nos recuerde a un Breznev adolescente, tal vez las cejas, tal vez el labio caído, tal vez simplemente las libres asociaciones de quien escribe buscando la luz en esta crisis, para la que las respuestas ya están escritas, en otra caligrafía, una más social de la que habrá que reescribir muchos renglones y que muchos denigran amparándose en las monstruosidades históricas a que dio vida en el pasado. Somos ciudadanos deteriorados en la medida en que miramos con complacencia los seres deformes en que nos convertimos con cada renuncia, con cada aceptación de lo injusto, con cada doityourself que nos recluye en una soledad autoabastecida y siempre dispuesta a dejar manar lágrimas de cocodrilo como ese otro Johnny interespecie. Porque a Dios terminan por coserle el ojo y la herida supura más dolor y más muerte y así seguirá entretanto el mutante no abandone su cuerpo gris ceniza y se decida a salir de sí mismo, como el pícaro de aquel «Huyendo de la crítica».


Tormenta y Marea, Manuela Malasaña 23 Madrid

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