Spiritus

La historia arranca de un modo cuasi fantasmagórico, entrelazando en la mente del lector distintas referencia al Más Allá con la muerte más tangible de la realidad. Más adelante se habla de “establecer orden bajo la tierra, antes de hacerlo imperar en la superficie”. Tras todo ello la mano turbia de la Sigurimi, la cara más oscura de la Albania comunista, en mitad de un ambiente de noches necesitadas de apuntalamiento y de infinitos cigarrillos. Expedientes de instrucción y una figura que comienza a cobrar corporeidad, la de Shpend Guraziu y una obra, “La gaviota” flotando como en una pesadilla permanente. Junto a ello la lengua albanesa como una mediadora del acontecer, como una médium de la maldición y del silencio que se yergue en un país asediado por los “oídos de la muerte”. El autor nos recuerda que “todos los horrores del mundo podían aparecer condensados en el relato de un único acontecimiento”, en un panorama anegado de voces, en una sociedad tremendamente consciente de la compañía de la Parca, regresando a sus orígenes ilirios de sentidos en dolora alerta. La ceguera del Dirigente como una enfermedad mítica hará proliferar el espionaje de los odios, de los rencores a amores no correspondidos y de la ambición de las medallas por doquier. El máximo exponente Arian Vogli, jefe de la Sigurimi, perfecciona esa sangre nueva dispuesta a la caza del hombre, a esa persecución de la degeneración cultural, traspuesta en relajamiento moral y político, según el manual de combate estatal, donde el miedo infantil se convierte en un buen recuerdo y los signos de liberalización se olisquean en el aire como atisbos de una libertad que no llega.

Spiritus. Ismaíl Kadaré. Alianza. Madrid,  2004. 307 páginas.

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