Travolta motivacional

Grease, un garaje que cumple 40 años - RACE

El otro día le puse este vídeo a mi hijo de siete años que no ha visto Grease, pero para el que la música es un ingrediente esencial de cada día. No soy en absoluto forofa de la película, y quizá después de haberla sufrido en repetidas ocasiones por la afición de una de mis hermanas incluso puede decirse que me generaba una cierta urticaria. Salvada la mitomanía entonces, sin embargo, descubrí ayer una nueva faceta en la que no había reparado hasta ahora y que tal vez obedece al entrenamiento mental de la comunicadora que en todo ve salpicaduras de lo suyo.

Dicho esto al ver la escena de John Travolta en el taller mecánico, dejé de contemplar al escurrido actor vestido en unos pantalones que, de tan estrechos, había que ponérselos tumbado sobre la cama y comencé a ver al líder. Sí, alabado sea. Porque si hace unos días impartí una charla en el colegio de mi hijo sobre la importancia de distinguir y entrenarse en el manejo de la información y sus primos bastardos, los bulos, los infundios y esas primas venidas de América, las fake-news, también quise que entendieran eso de que la oratoria les acompañará en su día a día.

Quizá no vuelvas a aplicar la dinámica de fluidos en tu vida cotidiana, o no reconozcas para qué sirve una integral, pero lo que es seguro es que comunicarte adecuadamente te salvará de tener que discutir con un vecino incómodo que monopoliza el ascensor para sus mudanzas, te ayudará a convencer a tu jefa de que el diseño que propones es el más adecuado y de que añadirle grafismos no mejorará la estética, sino que tal vez la sepulte en un barroquismo que ensucie el mensaje. Te permitirá pedir que te dejen ver el interior de una mezquita, aunque seas mujer y haya quien insista en que tu lugar es otro y convencer a un grupo de extranjeros cuyo idioma no compartes de la conveniencia de dejarte sentarte a su lado para evitar los riesgos innecesarios que aún hoy lamentablemente corremos viajando solas.

Every LA Filming Location From Grease, 40 Years Later

Volvamos al grasiento John… Su discurso a los desanimados compañeros de fanfarronadas tiene todo lo que se espera de un capitán: comienza hablando de las tremendas posibilidades que ve en ese destartalado coche una vez que lo pongan a punto, con una rima que encajaría en el Don Mendo de Muñoz Seca, salvo porque al personaje de la astracanada que escucharía flemático como bien sabemos «lo hiperbólico no (le) resulta simpático«. Y hay mucho de entusiasmo excesivo en la proyección que hace Danny ante sus camaradas. En eso quizá se aleja del buen comunicador, que parte de unos cimientos sólidos, los que aporta la honestidad, para que el mensaje cale. Zucco no solamente alecciona a su equipo de trabajo sobre las mejoras que hay que aplicar para transformar ese cachivache en un bólido, sino que, aventurando el efecto que tendrá sobre el público femenino, promete más de lo que debiera.

Parte de su eficacia reside también en la gestualización que pone a toda su alocución, porque, tras quitarse la cazadora de cuero a golpe de adjetivos, quizá para demostrar su disposición a ser el primero en ponerse manos a la obra, se sube a la mesa del despacho para proseguir alentando al resto. Tanto es así que su mano derecha le llega a decir «sigue hablando», como si se tratara de una pareja acaramelada que no quiere parar de escuchar zalamerías.

Otro detalle del parlamento de este Travolta motivacional es aportar un nombre fáciclmente recordable para sus correligionarios, «Grease lightning», con las connotaciones sexuales que se pueden imaginar -o ni siquiera hace falta si siguen la letra-. Y añadida la cancioncilla, el lema que todos corean, ya tenemos al grupo de hooligans cohesionado en torno al líder.

Sólo queda sumar la posición de vidente subido al coche, brazo extendido, como si intuyera un futuro que únicamente él conoce y al que quiere transportarlos si ellos se aprestan a poner de su parte esa inacabable mano de obra que requerirá la restauración del vehículo. Todo ello sazonado de los gestos soeces que ponen en claro, por si a alguien le quedaban dudas cuál es la recompensa, el cielo que promete este Mesías de negra silueta.

Y tan convincente es el sueño que proclama con su cancioncilla que no duda en sumergirse en los bajos del coche del que saldrá triunfante como un Jesús a lomos del burro en la entrada en Jerusalén.

A partir de ese momento, la magia de la ilusión creada hace que todos traigan las ruedas, las llantas, enceren y lo que haga falta para contribuir a que la ficción se haga realidad como decía Doraemon. Ya no es necesario que Travolta esté presente, su discurso motivacional ha calado en sus colaboradores que son quienes realmente dan forma a esa quimera digna de Giacomo Balla. Será tan sólo al final cuando, a horcajadas de un reluciente motor, Travolta descienda de los cielos para ponerse de nuevo a la altura de sus discípulos, ya que, efectivamente él es el motor de la iniciativa. Algo que el buen pastor, léase jefe, no debe despreciar, ya que, la confianza está bien y la vigilancia a distancia prudencial también, pero nada mejor para el subordinado que saber que el gurú acompaña en el proceso y llegado el momento es uno más, aunque sea para la botadura de la nave.

Una vez que hemos convencido a nuestros secuaces, son ellos mismos quienes ponen el trabajo y lo que ayuda más, el entusiasmo, por eso vemos a varios de sus leales subidos a la carrocería, tomando el relevo de sus bailes. Y sin que se note, colarnos en el momento justo en plano, a lomos del capó, para meternos en la cadena de producción de brazos y reforzar con ello esa comunión de obreros de la chapa y la palabra que hemos constituido con nuestro discurso inicial. Sólo nos reta ponerle un lazo final al trabajo, aunque por lo que vemos, Travolta maneja las mismas malas herramientas de otros jefes, desenrollando el celofán y dando vueltas sin terminar de ejecutar la maniobra que para eso estarán los demás. Acabada la fanfarria de la música, y de nuevo con un pie sobre el parabrisas, nuestro hombre vuelve a demostrar esa fe ciega en un futuro que ha sabido transmitir de manera certera e ilusionante a los suyos. Y para cerrar, tras el retorno a la cruda realidad, en ese plano que nos devuelve el estado cochambroso de ese rayo maltrecho, no tendrá más que decir «¡vamos chicos, a trabajar!».

Como les decía a los chiquillos de la clase de mi hijo, no siempre el que lleva la voz cantante tiene un mensaje tan aspiracional como el de Travolta. Recordemos esa arenga de Enrique V antes de la batalla de Azincourt que parte del desánimo inicial como nuestro enfajado John. A diferencia de él no puede ofrecer siquiera la intuición de una victoria, dada la desigualdad numérica y sus promesas se ciñen a esa hermandad que supone el haber compartido la proeza de los seguramente caídos en el campo del honor. Difícil tarea la del estadista que anima a entregar la vida a cambio de una esperanza efímera de ser recordados por su fidelidad a la patria que, nos ha aportado ni un hombre más para librar la batalla.

Ésas y no otras son las proclamas que uno tiene que hacer diariamente, y en las que tiene que curtirse para saber que no siempre el esfuerzo obtiene recompensa y que los mejores quizá desaparezcan del memorial de los justos. Y en ese trabajo sin certezas, pero sí convicciones estamos muchos…, más de los que pensamos.

Autora: Alicia González

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