El espanto de Pena Corcoduşa hecho grito es la alerta callejera para Pantazi: su mundo sicalíptico y elegante agoniza y de ahí que se nos haga comprensible esa entrega al desenfreno en casa de los verdaderos Arnoteanu que hace de las figuras de Caragiale seres completos. Pirgu, inconcebible lector de Montaigne, es quien ejerce de Caronte, pidiendo que la moneda no la porten en los ojos, sino que estén dispuestos a perder ésa y más en la timba del conocido truhán de Bucarest. Los personajes de “Los depravados príncipes de la Vieja Corte” son tan de carne y hueso que con la historia de Caragiale penetramos en el encanto finisecular representado por Paşadia, Pantazi y Pirgu a los que observa el protagonista, espejos replicantes que se agrandan sin parar los primeros, deformante, el último de lo que ha de venir.
La novela se articula en torno a personajes ansiosos de experiencias extremas en este “pequeño París” en ruinas que fue Bucarest , donde se sustituye la primacía de los antiguos representantes de una aristocracia anacrónica y en decadencia por el elitismo de la moderna depravación triunfante. En esa atracción por la Suburra, por el abyecto suburbio, los introduce el “mataperros” Pirgu, ante la atenta mirada del narrador, fascinado por estos ejemplares de una raza conversadora y reflexiva que se extingue sin lograr resistirse al implacable asedio de la ramplona zafiedad. Y que desaparece quemando literalmente todo rastro de su paso por este universo transaccional que no supo entender sus aportaciones de atormentado intelecto, ardiendo rumbo a Avalon.
Los depravados príncipes de la vieja corte. Mateiu Caragiale. El Nadir. 198 páginas.
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